Los Origenes de la Artilleria

Orígenes, de la palabra al hecho

La etimología de la palabra artillería no está nada clara, pues mien­tras unos autores dicen que viene del francés artillerie, otros afirman que su ori­gen está en el vocablo latino arte e, incluso, en el italiano artiglio. De todas formas, lo que está perfectamente comprobado es que su empleo se remonta al siglo XIII, en el que ya se daba el nombre de artilleros a los carpinteros y herreros encarga­dos de construir ciertas máquinas y carruajes de guerra, y el de artillería al oficio de aquéllos.
 
En el título he insertado la denominación de moderna para diferenciar las piezas que veremos a lo largo de este trabajo, que empleaban la pólvora como productora de energía para el lanzamiento de proyectiles, es decir, eran pirobabísticas, de las anteriores que, con la denominación genérica de neurobalísticas, funcionaban usando sistemas de tensión, torsión, tracción, contrapeso o mixtos y que ya describimos ampliamente en 
 
De las piezas más antiguas empleadas en España, llamadas truenos y búzanos o busacos, sólo nos han llegado ciertas referencias escritas, que no permiten hacer una descripción detallada de las mismas. Sin embargo, dado que ambos modelos estuvieron en servicio junto a las lombardas o bombardas (19), introducidas a mediados del siglo XIV, podemos deducir bastantes datos, haciendo las oportunas comparaciones.
 

Primeras piezas 

La Crónica del rey Juan II, cuando menciona las órdenes que se dictaron para el sitio de Setenil (20), nos proporciona una excelente información, a partir de la cual podemos sacar las siguientes conclusiones:
  • Las lombardas llamadas Grande, Gijón y Banda eran las piezas de mayor tamaño. De ahí, que tuvieran nombre y fuera designado un encargado de su custodia, con 200 hombres para el servicio de la primera que, como su propio nombre indica, era la de mayor tamaño, y 150 para las otras dos.
  • Las lombardas de fuslera o, lo que es lo mismo, de bronce fundido, eran más pequeñas que las otras tres, por lo que las dos existentes se confiaron a Sancho Sánchez de Londoño con 200 hombres.
  • Los truenos están perfectamente diferenciados de las lombardas, citándose las piedras para ambas. Sin embargo, sólo son mencionados los tacos de madera para las últimas, lo que induce a pensar que los truenos eran de avan­carga y, seguramente, de fundición. En cuanto al tamaño, es seguro que eran mucho más pequeños, ya que los 16 se confiaron a Ruy Gonzá­lez de Henestrosa, con sólo 50 hombres.
  • Los búzanos, a decir de Arántegui, eran las piezas de artillería de pequeño calibre que usaban los moros, lo cual, también puede deducirse de las numerosas citas de Pulgar (21), en las que los menciona junto a las lombardas, cuando los truenos ya habían desaparecido definitivamente, sustituidos por otras piezas.

Resumiendo, cabe afirmar que los truenos eran piezas de mediano calibre, mientras que los búzanos o busacos, eran una especie de caño­nes de mano o, al menos, muy ligeros.
 

Las “lombardas” o “bombardas”.

Indudablemente, fueron las piezas más representativas de los inicios de la moderna Artillería. Estaban construidas con hierro dulce, debido a su baratura y facilidad para trabajarlo, aunque, como ya hemos dicho, las hubo de fuslera o de fundición.
 
Básicamente, una lombarda estaba dividida en dos partes: una en forma de tubo abierto por ambos lados llamada caña o trompa, y otra  mucho más corta y cerrada por un extremo, denominada servidor o recá­mara. En esta última, que era de menor calibre, se cargaba y atra­caba la pólvora con un taco de madera, uniéndose a la caña y al montaje mediante cuerdas atadas a las argollas existentes al efecto. Para dar fuego a la carga, la recámara tenía un agujero llamado oído.
 
Hasta mediados del siglo XV, se admitió como regla general que sólo debía llenarse de pólvora las 3/5 partes del volumen del servidor, dejando 1/5 para el taco de atraque y el otro 1/5 como regulador de lo que hoy llamamos densidad de carga. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo, se consideró que la cantidad de pólvora más adecuada era la correspondiente a 1/9 del peso de la piedra o bolaño, fijándose las longitudes de la caña y recámara en cinco calibres (22).
 
Para darle fuego a la pieza, el oído era cebado con pólvora fina y muy viva, que se encendía mediante un hierro al rojo llamado capagorja o bran­cha. La puntería se hacía a ojo, empleándose hacia finales del siglo XIV unos rudimentarios mecanismos o joyas de puntería, que servían para colocar las pie­zas en la dirección adecuada.
 
Como en aquella época las forjas conocidas no podían suministrar grandes bloques de hierro, fue ideado un sistema de duelas o láminas de hierro ajus­tadas en caliente, y sujetas por unos aros o manguitos. Algo muy parecido a un barril (23), que tenía el inconveniente de que parte de los gases se perdían por las uniones de los diferentes elementos. Además, las imperfecciones interiores de la caña obligaban a construir los bola­ños de menor calibre, dejando un buen espacio para el viento, y tapándose los huecos que quedaban con paños impregnados en cera fundida.
 
Como consecuencia de todo lo anterior, podemos afirmar que las lombardas construidas por este sistema, eran unas piezas de poca precisión, alcance reducido, y velocidad de tiro muy lenta, exigiendo gran destreza y expe­riencia en los artilleros que las manejaban. En la Crónica de Juan II, encontramos una refe­rencia a tres lombardas (la Grande, la Gijón y la Banda) que actuaron contra el recinto de Zahara (1407), citando que «los lombarderos eran tales que tira­ban días que no acertaban en la villa». De todas formas, no debemos pensar por ello que no eran eficaces, siendo sólo cuestión de tiempo. De hecho, siguiendo con el sitio de Zahara, «comenzaron a tirar...é al tercer día la lombarda que tenía Per Alonso tiró un tiro é dió sobre la puerta é hizo un gran portillo, de que los moros hubieron gran miedo». Además, ese miedo que producían en los defensores era tal que, a menudo, su sola presencia era suficiente para obtener la rendición de la plaza sitiada.   
 

Mombardas reforzadas 

Para evitar los inconvenientes del sistema de duelas, desde media­dos del siglo XIV se hicieron intentos de construir bombardas fundidas de metal (bronce), encargándose su fabricación a los campaneros, dada su experiencia (24). Sin embargo, al ser las aleaciones de las campanas escasas en cobre (el estaño pasaba, a veces, del 22 por 100), el bronce era quebradizo lo que produjo la explosión de bastantes pieza (25), una de las cuales, le costó la vida al rey Jacobo II de Escocia. Por ello, el hierro siguió prevaleciendo hasta finales del siglo XV (26) y principios del XVI. Así mismo, destacaremos que, hacia 1495, aparecieron unas piezas denominadas enforradas, de bronce o hierro, que cabe considerar antecesoras de la artillería entubada.
 
Aunque la velocidad de tiro de estas piezas dependía de muchos fac­tores (tamaño, instrucción de los artilleros, situación en el terreno, etc), lo más probable es que las pequeñas realizaran unos 4 disparos por hora, mientras que las más pesadas no pasarían de los 8 cada 24 horas. Por consiguiente, a menudo, eran necesarios muchos días de fuego a todo tirar o a piedra perdida, esto es, a la mayor velocidad posible y sin descanso, para abrir brecha en las mura­llas. Pulgar (27) cita que, en el sitio de Utrera (1476), aparecen «al cabo de quarenta días...fechos algunos portillos en el muro con las lombardas». Para agilizar el tiro todo lo posible, cada lombarda fue dotada de dos o más recámaras (28).  
 

El alcance de la artillería primitiva

En lo referente al alcance, lo habitual es que fuera de algo más de 1 Km, aunque hubo ejemplares que llegaron a los 2,5. Esto nos indica que eran instaladas a la vista de los defensores, por lo que seguramente producían un efecto más psicológico que físico. Por ello, cada vez se construyeron piezas de mayor tamaño, que alcanzaron su apogeo a mediados del siglo XV. Veamos algunos ejemplos:        
  • En 1380, los venecianos tenían dos bombardas llamadas Trevisana y Victoria, que lanzaban pelotas de mármol de 140 y 200 libras, unos 65 y 92 Kg, respectivamente.
  • Durante 1427, en Viscello, los venecianos tomaron a los milaneses 16 bombardas que tiraban balas de 600 libras.   
  • La Gran Bombarda de Gante, construida en 1382 por el sistema de duelas, tenía un calibre de 635 mm y disparaba piedras de granito de 315 Kg.  
  • La bombarda de bronce fundido que empleó Mahomet II contra las murallas de Constantinopla, en 1453, medía más de 5 metros y pesaba unas 19 toneladas, pudiendo disparar siete veces al día un bolaño de piedra de 635 mm de diámetro y 270 Kg de peso. Para moverla, eran necesarios 200 hombres y 70 pares de bueyes. Debió ser de muy buena fundición pues fue disparada contra la flota inglesa en una fecha tan tardía como 1807.
  • El Mons Meg fue forjado en Bélgica en 1449 y trasladado a Esco­cia 8 años después. Pesa 6.040 Kg y tiene un calibre de 480 mm. Lanzaba proyectiles de piedra de 150 Kg a unos 2.630 m de distancia, aunque también podía lanzarlos de hierro, disminuyendo el alcance hasta los 1.300 m. Se conserva en el castillo de Edimburgo, donde hizo fuego por última vez en 1650.   
  • El Gran mortero de Moscú, construido hacia 1525, tenía un calibre extraordinario de 915 mm, media 5,50 m de longitud y lanzaba pie­dras de 1.830 Kg.
  • En el Museo del Ejército español existe una caña de bombarda de 455 mm de calibre que lanzaba bolaños de unos 114 Kg, si eran de caliza. Su longitud actual es de 3 m, aunque debió ser muy superior pues le falta un trozo como consecuencia probablemente de una explosión. Está cons­truida con 21 duelas reforzadas con manguitos, de mayor espesor en la parte pos­terior, y cerradas las uniones con aros más estrechos y redondeados a lima. Segu­ramente, se forjó en el segundo tercio del siglo XV y fue conocida como Tiro del puente, nombre que recibió por hallarse situada junto a un puente sobre el río Ebro, en Tudela (Navarra).    
  • Según Arántegui (29), en un contrato establecido entre Fernando el Católico y Mosén Juan de Peñafiel, éste debía proporcionar, entre otros materiales, "dos lombardas que echen dos quintales de piedra cada una”, es decir, casi 100 Kg. Por otra parte, en el Museo del Ejército existe un bolaño de piedra caliza, utilizado en el sitio de Baza (1489), que pesa 117 Kg y tiene un calibre de 44 cm. Además, entre la apreciable colección de pelotas de caliza y granito del mencionado centro, existen ejemplares de hasta 141 Kg de peso y 51 cm de calibre.
 

Como podemos imaginar, la vida de los artilleros de aquella época no debía ser nada fácil. Para comprobarlo, veamos lo que escribió D. Pedro Niño, Conde de Buelna, en relación al transporte de las lombardas llevadas al sitio de Setenil: «luego que partieron del real, cayóseles en el campo la gran lombarda que habían de tirar d'ella veinte pares de bueyes...é luego en este punto comen­zaron adobar el carro... é cargando la gran lombarda que se tardaron más de cua­tro horas, é andaba tan poca tierra porque era muy fragosa é cayó la lombarda tres ó cuatro veces; cada vez iba rodando é los bueyes con ella».
 
Hacia finales del siglo XV, había sido abandonada la construcción de las grandes lombardas, centrándose el esfuerzo en los calibres de 20 a 40 cm, aunque con bastantes excepciones. Asimismo, fueron dotadas de cañas más largas (de hasta los 12 calibres frente a los 3 ó 4 de las más antiguas) y recámaras más cortas.   
 
Por último, citaremos que las lombardas de bronce continuaron fabricándose durante el siglo XVI, aunque la obturación de la caña y la recámara se obtenía por medio de un sistema de tornillo o de conos, siendo por lo tanto, mucho más perfecta.
 

Otros “tiros de artillería”

A mediados del siglo XV, ante la necesidad de poder batir las plazas utilizando trayectorias más curvas que las de las lombardas, se acortó su longitud y se las instaló en montajes verticales, apareciendo así las bombardas trabuqueras (30), los morteros o pedreros (31), y los cortaos, compa­gos o cortagos, que eran muy similares entre sí. Básicamente, eran armas de gran calibre (a veces, pasaba de los 50 cm) y de una longitud variable de uno a tres calibres, que podían tirar pie­dras y proyectiles incendiarios o pellas, tal como asegura Vigón (32). 
 
La antigua fábula, mantenida por autores de tanto prestigio como Clo­nard y Diego Ufano, de que los cortagos eran unas extrañas piezas acodadas diseñadas para ser utilizadas en los trabajos de mina, ha quedado totalmente desacreditada por historiadores más modernos, pues, si bien es cierto que Pulgar (33) cita que «...Ios artilleros pusieron fuego al cortago que estaba armado debaxo del suelo de la torre, é con el tiro que fizo derribó gran parte del suelo do estaban los moros que la defendian; cayeron cuatro dellos», no es menos cierto que, en otro capítulo, menciona que «...de la una parte las lombardas derribaban el muro, é de la otra los engenios é cortaos derribaban las casas», lo que quiere decir que era un arma de tiro curvo, independiente­mente de que, en un momento determinado y a falta de otros medios, pudiera destinarse a la primera función descrita.         
     
Aunque algunos dibujos antiguos representan un arma en forma acodada que podría ser definida como una especie de cañón-mortero y que, teóricamente, realizaría tiro tenso y curvo, lo cierto es que no tenemos ninguna constancia histórica (descartado el cortago), de que llegara a existir jamás. Por lo tanto, podemos concluir que, a lo sumo, fue construido algún modelo experimen­tal, siendo lo más probable que nunca pasara del mero campo de las ideas, como tantos otros ingenios.
 
La necesidad de disponer de artillería más fácil de transportar que las grandes lombardas y de mayor alcance favoreció la aparición de numerosas pie­zas, entre las que cabe destacar las siguientes:
  • Bombardeta. Como su propio nombre indica, era una bombarda de pequeño calibre (34) y con una longitud de hasta 30 calibres.
  • Pasavolante. Los primeros usados en España, hacia 1469, eran como bombardas medianas de hierro forjado, con un calibre de 15 a 24 cm y una longitud de 14 a 16 calibres. Sin embargo, Vigón mantiene (35) que los de bronce y avancarga, construidos en Málaga en 1495, y los que llevó a Italia el Gran Capitán, lanzaban pelotas de hierro de 3 a 8 libras frente a las de piedra de 18 a 20 libras de los anteriores, lo que implica que debían ser de un calibre mucho menor (unos 10 cm). 
  • Ribadoquines. Hubo tres tipos, a saber: los pequeños o chi­quitos con un calibre de 3 cm y una longitud aproximada de 25 calibres; los medios ribadoquines o mosquetes de orejas, cuyo calibre era inferior a 5 cm y su longitud llegaba a pasar de los 50 calibres; y los grandes, con un calibre aproximado o superior a los 5 cm, y una longitud que oscilaba entre los 25 y 40 calibres. Por último, según Vigón (36) los San Migueles que llevó el Gran Capitán a Italia (37), también eran ribadoquines, aunque algo más pesados, ya que dispa­raban pelotas de 3 1/2 a 4 libras, en lugar de las normales de 1 a 2 libras.
  • Cerbatanas. Denominadas a menudo ribadoquines grandes, probablemente por su gran parecido, lo cierto es que eran armas totalmente diferentes (38). Su calibre variaba de 2 a 7 cm, siendo su longitud superior a los 25 calibres. Fueron las precursoras de las culebrinas.
  • Falconetes. Fue un arma muy característica construida inicialmente por el sistema de duelas y, más tarde, por el de forjado sobre alma. Hubo una gran variedad de modelos con calibres comprendidos entre los 4 y 7 cm, aproximadamente, y con diferentes longitudes, de acuerdo con su futuro empleo, ya que sirvieron tanto para campaña como para defensa de plazas y para montar en la borda de los navíos. Aunque, a partir del siglo XVI, se fabricaron ejemplares de avancarga, la inmensa mayo­ría disponían de una recámara de alcuza (por su parecido con la vasija de ese nombre) con un asa. Para la carga, se introducía la pólvora, los tacos de atraque y el proyectil en el servidor, ajustándolo después a la caña mediante una cuña de madera y cuerdas. En la parte posterior llevaba una rabera que servía para apuntarlo en la dirección deseada.
  • Órganos o voceadores. Estos antepasados de la ametralladora, parece ser que fueron utilizados desde mediados del siglo XIV, siendo el armón de fuego giratorio (hacia 1339) el modelo más antiguo. Más tarde, en 1347, en Flandes existió un arma con cuatro cañones colocados sobre una cureña de dos ruedas, y en la defensa de Padua (1404) aparece una bombarda de siete cañones. A partir de ese momento, se sucedieron los modelos, por lo que sólo citaremos a título de ejemplo los carretones con varias piezas ligeras llamados ribadoquines en Castilla, la maza de guerra del Príncipe Negro, los dibujados por Leonardo da Vinci, los del Emperador Maximiliano y el de 25 cañones que, según Almirante (39), fue disparado en París el 28 de julio de 1835, contra el rey Luis Felipe, matando a más de 50 personas. Dada la diversidad de ejemplares, sólo podemos decir que la característica común a todos los órganos es que dis­ponían de varias bocas de fuego (40) que, en un momento determinado, podían lanzar una lluvia de metralla sobre el enemigo. Los órganos ofrecieron muy buenos servicios hasta que el desarrollo de la artillería de los siglos XVII y XVIII hizo disminuir su valor táctico (41), ya muy limitado por su escaso alcance y lentitud de carga. Sin embargo, conti­nuaron las experiencias que terminaron finalmente con la invención de la ametralladora.
 
Aunque en Navarra, seguramente por proximidad a Francia, el nom­bre de cañón venía empleándose, como mínimo, desde 1378 (42), en el resto de España no aparece hasta finales del siglo XV (1495), cuando se comenzaron a fabricar en Baza y Medina del Campo piezas de bronce, que fueron precisamente las que recibieron esa denominación.    
 
Sin lugar a dudas, la mejor artillería del siglo XV fue la francesa, cuya superioridad manifiesta durante la Guerra de los Cien Años, fue uno de los pilares básicos en los que se cimentó la victoria final. Como ejemplo, diré que cuando Carlos VIII inició sus campañas en Italia, en 1494, llevaba con su Ejército 200 piezas ligeras y 140 pesadas, que llegaron a impresionar tanto a Gon­zalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán que, en su crónica manuscrita se puede leer: «Llevaba asimismo cien tiros de artillería, cañones, culebrinas, basi­liscos y otros nombres que hasta aquí eran poco sabidos». Y, más adelante, añade: «Lo que en aquel ejército más espanto puso, fueron los muchos y muy bravos ingenios de artilleria de nuevas formas y nombres, asi como basiliscos y culebrinas, gerifaltes, serrinos, cañones y otros nombres muy inusitados».
 
La influencia francesa pronto se hizo notar y, aunque con algún retraso, el resto de países comenzaron la fabricación de piezas semejantes, finali­zando el siglo XV y comenzando el XVI con un verdadero caos, en lo que a la denominación de las piezas se refiere.
 
 
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