El origen de la polvora


Nacimiento de la pólvoraAntes de pasar a describir los diferentes ingenios o, mejor, armas, que permitieron el nacimiento y evolución de la Artillería Pirobalística hasta finales del siglo XV y principios del XVI, nos encontramos con un dilema no aclarado hasta ahora y que, probablemente, jamás llegue a estarlo a satisfacción de todos. Me refiero, obviamente, al origen de la pólvora.
 
Hasta la fecha, numerosos estudiosos del tema han intentado  escudriñar en el pasado, en busca de un único origen de la pólvora negra. Sin embargo, nadie ha sido capaz de despejar todas las dudas existentes, dado que muchas de las noticias que han llegado hasta nosotros son contradictorias o no ofrecen suficiente credibilidad. Por otra parte, es más que probable que su nacimiento no fuera un hecho único y aislado, sino que se descubriera o, incluso, redescubriera, en épocas diferentes y lugares lejanos entre sí. No olvidemos que el fuego griego y otros materiales incendiarios, eran conocidos desde muchos siglos atrás y, además, todos los componentes de la pólvora también formaban parte de otros compuestos. Clonard (1) cita varios autores para los que la pólvora fue un invento chino (2), aunque también menciona que, para otros, la inventaron los árabes. Finalmente, afirma que «quizás no tenga la pól­vora toda la antigüedad que le conceden algunos historiadores; quizás no exis­tiese hace 2.000 años como lo quieren algunos; pero en lo que para mí no cabe duda alguna es, que la China ó la India ha sido su cuna, y que en el siglo VIII, aquellas vastas regiones estaban ya bajo el imperio de este terrible agente...La introducción de la pólvora en la Arabia fue el resultado de las relaciones comerciales que unían á los árabes con los chinos».
 
Aunque otros historiadores están de acuerdo, en líneas generales, con las tesis que mantiene Clonard, lo cierto es que existen bastantes dudas al res­pecto. Así, según el testimonio de Marco Polo, los chinos no conocían la pólvora a finales del siglo XIII. Por otra parte, tampoco sería muy lógico el asombro que causaron en Pekín unas experiencias realizadas con cañones en 1625. Lo mismo cabe afirmar de los antiguos indios, pues tenemos constancia de que los habitantes de Mozambique quedaron profundamente impresionados, ante los fuegos de la arti­llería que llevó Vasco de Gama, en 1497. 
 
Lo que sí parece confirmado, es que los chinos fueron los primeros en introducir el salitre en los fuegos artificiales y que, desde mucho antes, usaron mezcladas con el azufre y el carbón otras substancias tales como la resina, el betún, etc., lo que, probablemente, haya dado lugar a errores, pudiendo afir­marse algo muy parecido de los indios.
 

Los árabes usaron el fuego griego y otros compuestos inflama­bles prácticamente desde finales del siglo VII, por lo que tampoco es descartable la idea de que llegaran a descubrir las propiedades de la pólvora. De hecho, un manuscrito hallado en Petersburgo por Reinaud y Tabe, afirma que su ver­dadero descubrimiento tuvo lugar en Siria o Egipto, a principios del siglo XIV, lo cual, tampoco debe ser cierto, puesto que varios escritores árabes del siglo XIII (3) citan la nafta, nombre dado inicialmente a la pólvora. Además, parece probado que, durante ese mismo siglo y, según ciertos autores, desde el anterior, fueron empleadas armas de fuego en la península Ibérica. 
 
El hecho de que, en diversas crónicas encontremos referencias a truenos o truenos de fuego y algarradas (4) u otras similares, diferenciándolos del resto de máquinas, ha llevado a pensar en el uso de algún tipo de artillería, entre otros, en los siguientes sitios: Zaragoza (1118) (5), Silvez (Por­tugal) (finales siglo XII) (6), Niebla (1257) (7), Córdoba (1280) (8) y Baza (1325) (9). Sin embargo, los estudios más recientes ponen en entredicho tales afirmacio­nes, al considerarlas poco documentadas y afirmando, así mismo, que los truenos y algarradas eran máquinas neurobalísticas. Por el contrario, es aceptado, generalmente, que el rey de Granada Mohamed IV se sirvió de artille­ría en los asedios de Orihuela y Alicante (1331) (10), así como en el posterior de Tarifa (1340), en el que «principiaron a combatirla con máquinas é ingenios de truenos que lanzaban balas de hierro grandes con nafta, causando gran destruc­ción en sus bien torneados muros».
 

Al acudir Alfonso XI en socorro de Tarifa, se produjo la famosa batalla de Salado, en la que derrotó a las tropas árabes que abandonaron todos sus pertrechos en la huida. Este último dato, nos inclina a pensar que algunos de los ingenios de truenos usados contra la ciudad, cayeron en manos de los cristianos, que rápidamente debieron copiarlos. De hecho, dos años más tarde, para el cerco de Algeciras, el Rey mandó construir en Sevilla veinte ingenios, sin especificar su clase, aunque dice de ellos que "cuando alza­ban las cureñas del engeño luego ge les quebraban", lo que hace suponer que se trataba de artillería. Por si esto fuera poco, al tomar la ciudad, debieron encontrar los búzanos con los que «los moros tiraban muchas pellas de hierro que las lan­zaban con truenos de que los cristianos habían muy grande espanto, é en cual­quier miembro de home que diése lIevábalo a cercén...é venía tan recio que pasaba un home con todas sus armas».
 
Resumiendo, creo que podemos dar por cierta la utilización de artille­ría en la península Ibérica a partir de 1331, empleándose desde entonces de manera más o menos generalizada. Centrándonos en el resto de Europa, destacaremos que la pólvora es citada en algunos escritos de San Alberto Magno (1193-1280) y en el libro De nullitate magiae (1256), del fraile franciscano Roger Bacon. Sin embargo, generalmente, se otorga al fraile alemán Berthold Schwartz (1320-1380) el mérito de ser el primero en comprobar su verdadero poder (11). En contra de esta opinión, Clo­nard (12)  afirma que los florentinos la conocían desde 1325, los franceses a par­tir de 1338, los belgas tras haber visto sus efectos en el sitio de Algeciras (1342), y los ingleses después de 1378.
 
Por otra parte, entre los numerosos datos que han llegado hasta nosotros, me parece oportuno citar los siguientes:
  • El dibujo más antiguo conocido, en el que aparece un rudimen­tario cañón disparando una especie de dardo puntiagudo, está en el Códice de Walter de Milemete, fechado en 1326. Es de destacar que el vetusto ejemplar hallado en Loshult (Suecia), conservado en un museo de Estocolmo (probablemente fue fabricado en 1350), es muy parecido al modelo de Milemete.
  • Eduardo III de Inglaterra combatió a los escoceses, en 1327, con unos ingenios llamados cuervos de guerra, de los que no conservamos ninguna des­cripción. Sin embargo, Sir John Froissart (13) afirma que los ingleses rechazaron a los franceses, en el sitio de Tournai (1340), «asustando a sus caba­llos con armas que promovían gran estrépito y disparaban piezas de hierro». Así mismo, el citado rey contó con el servicio de 12 artilleros en 1344 y empleó, al menos, una bombarda "que causó gran pánico y desconcierto entre los genoveses", durante la batalla de Crécy (1346).
  • En lo relativo a la artillería naval, tampoco está clara la fecha de su nacimiento. Así, algunos afirman que los chinos disponían de barcos con cañones hacia 1281 (14), mientras que para Pedro Megía (15), a mediados del siglo XI, «los moros de Túnez, en una batalla naval que sostuvieron con­tra los árabes sevillanos, combatieron con piezas cuya fuerza comburente, esplo­siva y motriz les era conocida».
  • La primera noticia sobre el empleo de artillería de marina en España data de 1359, durante la guerra de los dos Pedros (16). Los anales de Cata­luña mencionan que, en un combate desarrollado en el puerto de Barcelona entre ara­goneses y castellanos, «la nostra nau dispara una lombarda é feri á los castells de la dita nau de Castilla». Posteriormente, aunque no parece estar debidamente contrastado, en la batalla de La Rochela (1371), la escuadra castellana derrotó a la inglesa con el acertado uso de algunas piezas ligeras, similares a las terres­tres (probablemente, falconetes). Por último, en el resto de Europa, se menciona la artillería en batallas navales a partir de 1350, aunque existen datos de que algunos barcos montaron piezas desde 1346.
 
Como hemos visto, muchas de las noticias que poseemos sobre la pólvora son vagas referencias o suposiciones de dudosa veracidad y, a veces, estoy conven­cido de que han sido manipuladas por los diferentes autores que, como se diría vul­garmente, han barrido para casa. En consecuencia, intentar conocer el origen exacto de la pólvora me parece una empresa destinada al fracaso irremediablemente.
 
Sirvan como colofón, las conclusiones expuestas por D. Ramón Salas (17), tras un estudio profundo y riguroso sobre el tema. Son las siguientes:
  • La invención de la pólvora debe atribuirse a persona o personas desconocidas.
  • Los primeros en aplicarla a las bocas de fuego, fueron los árabes.
  • Los árabes transmitieron su conocimiento a la península Ibérica, a través de los moros africanos.
 
La pólvora no evolucionó casi nada durante cinco largos siglos, citán­dose normalmente la famosa receta de "seis, as, as", correspondiente a seis partes de salitre, una de carbón y una de azufre. Sin embargo, la verdad es que, a lo largo del tiempo, se fabricaron gran variedad de pólvoras, en distintas proporciones y con métodos muy diversos (algunos muy curiosos, por cierto), que adecuaban sus características a las diferentes necesidades (artillería, esco­petas, arcabuces, cohetes, fuegos artificiales, mina...). Como ejemplo, Diego de Alava en su libro El perfecto Capitán incluyó hasta 23 clases de pólvora.
 

Marques de Villena - Nacimiento de la pólvoraAunque sólo sea como mera curiosidad, veamos tres recetas que Clonard atribuye al Marqués de Villena. La primera dice así: «Póngase en agua sal de nitro por cuatro ó cinco horas hasta que se deshaga; luego tritúrese azufre vivo y échese en la misma agua con aceite de linaza hasta que se reduzca á una masa que se secará al sol; y seguidamente puede molerse bien, con lo cual se tiene la pólvora; témplese después el alumbre blanco con cal viva haciéndolo polvos y en la cantidad que se quiera mézclese en la pólvora pero guárdese de meter la mano porque es verdadera la receta». La segunda es como sigue: «Esta pólvora es muy fuerte para romper cualquier cuerpo. Al efecto, tómese dos partes de salitre y una de sal tártara, cuatro de nitro y una de carbón bien molido, y de todo esto se hace la pólvora de cañón. Y si se mezcla esta pólvora con cal viva y clara de huevo le dará mas fuerza para dañar». Y la última: «Tómese un terrón de salitre del peso de diez y seis dineros, otro de azufre de tres dineros y otro de carbón de sáuce ó de sarmiento, de peso de diez dineros, y con todo esto mezclado se forma una pólvora excelente».  
 
Al principio, la pólvora era triturada con morteros de madera o tambores de cuero, apareciendo más tarde los molinos; a pesar de todo, a menudo, la mezcla resultante era demasiado grosera y poco homogénea. Por ello los usuarios de armas portátiles llevaban dos frascos o cuernos de pólvora, uno para la carga y otro más pequeño o polvorín, con pólvora más refinada, para cebar la cazoleta.
 
Para comprobar la calidad de la mezcla existían unos aparatos llamados probetas, que no eran más que una especie de cañones dotados de un émbolo y un medidor. Así, la pólvora era clasificada según su potencia, denominándose floja o soberbia, cuando era demasiado débil o dema­siado fuerte, respectivamente. Como sustitutos de las probetas también servían los morteretes, unos pequeños morteros de bronce o hierro colado que disparaban proyectiles de peso fijo. 
 
Las primeras experiencias de empaste se realizaron con agua, vinagre u orina, afirmándose en la época, según Almirante (18), que «cuando la orina era de un buen bebedor, la pólvora resultaba viva y de excelente calidad».
 
En definitiva, aunque a lo largo de los siglos fueron introducidas algunas innovaciones en la fabricación y variaron las técnicas de empaste y graneado, haciéndose innecesario el polvorín y mejorando la eficacia del tiro, lo cierto es que, básicamente, la composición de la pólvora negra permaneció casi inalterable, siendo desplazada, únicamente, tras el desarrollo de las llamadas pólvoras sin humo o de nitrocelulosa, en el último tercio del siglo XIX.
 
 
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