Artillería de Ordenanza
Centralización y perfeccionamiento.
El siglo XVIII se caracterizó por una gran centralización de la
artillería en todos los países, bajo la autoridad de sus respectivos monarcas, lo que permitió un mayor perfeccionamiento, tanto desde el punto de vista de la organización
artillera, como en el desarrollo y fabricación de las piezas. En consecuencia, se sucedieron distintas Ordenanzas que, ciñéndonos a las que afectaron al tema de este trabajo, veremos a continuación.
En 1718, Felipe V dictó una Ordenanza que trató de reducir la excesiva variedad de piezas, disponiendo que sólo se deberían fabricar los siguientes modelos de bronce:
- Cañones de a 24, 16, 12, 8 y 4 libras de peso de bala de hierro.
- Morteros de 12, 9 y 6 pulgadas de pie de rey.
- Pedreros de 15 pulgadas de pie de rey.
Como puede apreciarse en el apéndice 4, en el que se cita la artillería que tomó parte en el segundo sitio de Gibraltar, en 1727, esta Ordenanza fue respetada escrupulosamente, aunque por razones económicas se siguieron utilizando las piezas ya existentes, tanto de bronce como de hierro.
En Francia, siguiendo el consejo del general Valliere, en 1732, se promulgó una Ordenanza semejante a la española, si bien introdujo algunas novedades de interés, como la reducción de la longitud de los cañones hasta los 20 a 25 calibres y su peso, que debía ser de 11 a 54 quintales. Más tarde, en 1765, fue reformada por Griveaubal, dejando solamente los cañones de campaña de 12, 8 y 4 libras de calibre; asimismo, se definieron las cuatro ramas de artillería, a saber: Campaña, sitio, plaza y costa. Por otra parte, se puso gran interés en conseguir piezas más móviles, que pudieran seguir a las unidades combatientes, y con mayor rapidez y eficacia en el tiro. Para ello, se acortaron los tubos, se aligeraron los montajes, y se inició el uso del alza y del cartucho de papel, con el que se aumentó de uno a dos, el número de disparos que podían hacerse por minuto.
Nuevas ordenanzas en España
En España, siguiendo el criterio francés, aparecieron dos nuevas Ordenanzas, en 1742 y 1743. Por la primera, se fijaron los calibres de los cañones que debían ser de a 24, 16, 12, 8 y 4 libras de peso de bala de hierro (1), mientras que la segunda limitó los calibres de los morteros a 12 y 9 pulgadas de pie de rey, y el de los pedreros a 16. Como puede apreciarse no se introdujeron grandes modificaciones con respecto a la Ordenanza de 1718, pudiéndose destacar únicamente el aumento del calibre del pedrero y la desaparición del mortero de a 6. Por lo tanto, podemos concluir que las tropas de Felipe V, tanto en los trenes de batir como en los de campaña, utilizaron las siguientes piezas:
En 1765 fueron modificadas estas ordenanzas pero únicamente en lo relativo a la artillería de costa y buques.
Por esta época, se desarrolló definitivamente la técnica denominada de moldeo o barrenado en sólido, utilizándose para ello máquinas más o menos sofisticadas, con las que se construyeron gran cantidad de
cañones; sin embargo, los
morteros continuaron fabricándose por el método de fundición en hueco. Además, es conveniente aclarar que los morteros de recámara cilíndrica se denominaron de ordenanza, para diferenciarlos de los de recámara cónica y de los de plancha. Por su parte, los
cañones carecían de recámara.
La influencia que el sistema Griveaubal ejerció en España, se hizo sentir muy pronto, dando lugar a la Ordenanza de 1783, por la que se adoptaron las siguientes piezas:
- Cañones de a 24 y a 16 libras largos.
- Cañones de a 12, 8 y 4, largos y cortos.
- Cañones de a 4 de montaña.
- Obuses de 7 y 9 pulgadas de pie de rey.
- Morteros de 14 cilíndricos.
- Morteros de 14, 12 y 7 cónicos.
- Pedreros de 19.
Los Obuses de Federico II de Prusia
Como podemos apreciar, en esta clasificación se incluyeron los
obuses, cuyo empleo ya se había generalizado, siendo uno de sus más entusiastas defensores
Federico II de Prusia, que consideraba que eran las piezas ideales para batir las reservas enemigas, ya que había observado en sus
campañas contra los austriacos, que éstos las situaban detrás de sus primeras líneas.
Tomás de Morla (2) divide las piezas en regulares e irregulares, según que su calibre esté o no sujeto a ordenanza. Ello nos indica que, a pesar de todos los esfuerzos realizados, seguían empleándose piezas de otros calibres, como puede comprobarse en el apéndice 5, en el que se enumeran las existencias de artillería en España, en 1789. Además, según la misión o servicio de las piezas, cuyas características se exponen en el apéndice 6, las clasifica en: de plaza, de sitio y de batalla.
En lo referente a los adornos, esta época se caracteriza por la austeridad, no grabándose en las piezas más que el escudo real, la fecha de fabricación, ciudad de origen, peso y procedencia del cobre. Por supuesto, aunque estos datos se refieren a España, en casi todas las naciones se hacía algo parecido. Sin embargo, también es posible constatar excepciones muy destacables, como el caso de las lantacas filipinas, la mayoría de las cuales estaban primorosamente labradas.
Las pólvoras se siguieron perfeccionando, llegándose a determinar como más eficaz la proporción de 60 partes de salitre, por 6 de azufre y 13 de carbón, que se mantuvo hasta la aparición de la pólvora sin humo en el último tercio del siglo XIX.
La invención de la Artillería a Caballo
Aunque, generalmente, se atribuye la invención de la artillería a caballo a Federico II de Prusia, que la empleó por primera vez durante la batalla de Rostock, en 1778, lo cierto es que un año antes, ya era utilizada en el Ejército de Rio de la Plata, habiendo sido introducida por el teniente de artillería y coronel del Ejército D. Vicente María de Maturana, ayudante del Virrey, quien creó una compañía volante de cañones de bronce de a 2, que se transportaban acoplados a los tiros de los caballos. La función de esa unidad era la de acudir rápidamente en ayuda de las compañías de fronteras de infantería, en lucha contra los indios. Más tarde, los cañones fueron sustituidos por otros de a 4, barrenados a 8, para balas de 8 libras, que eran más ligeros.
Algunos años después, en 1784, el mismo Maturana colaboró en la reorganización de unidades de montaña que, a pesar de ser independientes de la
Artillería de defensa de costas, cumplieron grandes servicios en ese cometido, gracias a su elevada movilidad. Precisamente la existencia de esas unidades propició la aparición, en 1801, de la clase de conductores del
Real Cuerpo de Artillería, más tarde conocido como
Cuerpo de Tren.
Inicialmente, la proporción de artillería en los ejércitos se calculaba en base a una o dos piezas por cada 1.000 hombres, siendo aumentada posteriormente hasta las 6 piezas; sin embargo, Napoleón la fijó en 4, dato que coincide aproximadamente con lo expresado por Morla (4) al cifrar la artillería de un ejército de 40.000 hombres en 114 piezas, si iba a realizar misiones ofensivas y 200, si era de carácter defensivo (ver apéndice 7).
Durante el siglo XIX, la mayor parte de las piezas se construían en bronce, dada su mayor resistencia, aunque el hierro siguió empleándose en menor medida. Así, de las existentes en España en 1836, sin contar la artillería de marina, 5.880 eran de bronce y tan sólo 400 de hierro.
La aparición de nuevos materiales, especialmente obuses, complicó un tanto la clasificación de la artillería, tal como se puede apreciar en el siguiente cuadro, en el que se expresan las piezas que se encontraban en servicio en España, cuando comenzó a introducirse el rayado de los cañones.
Los alcances que se conseguían con estas piezas eran ya bastante respetables lo que obligó a Introducir paulatinamente aparatos de puntería cada vez más complejos. Así, además de escuadras y rudimentarias alzas, comenzaron a utilizarse tablas de correspondencia entre los ángulos de tiro y los alcances, con lo que se ganó tanto en la precisión como en la rapidez para entrar en eficacia.
Aunque en siglos anteriores ya se habían realizado diversas experiencias, tanto en el campo del rayado de los
cañones como en el de las
armas de retrocarga, el verdadero avance de la
artillería se produjo hacia mediados del siglo XIX. Así, durante la
guerra de Crimea, en 1853, se utilizó por primera vez la
artillería rayada y, algunos años más tarde, en 1866, fue empleado en Sadowa un
cañón de retrocarga. Por otra parte, en esa misma época aparecieron lasa piezas de acero zunchado, el estopín de fricción, y se mejoraron las propiedades del bronce, haciéndolo fosforoso y comprimido. Posteriormente, se introdujeron mejoras en los cierres, sistemas de obturación, y elementos de puntería, al tiempo que aparecieron los
frenos y recuperadores y, finalmente, la
pólvora sin humo. En una palabra, nació lo que podríamos denominar como la
moderna artillería, con la que finaliza este estudio.