La Artilleria se afianza
Creciendo en el Libre Albedrío
Al iniciarse el siglo XVI, existía tal anarquía en la denominación de las diferentes piezas que, prácticamente, es imposible hacer una clasificación medianamente satisfactoria. De hecho, en algunos casos, ni siquiera conocemos el tipo de
artillería al que pertenecen determinadas
armas.
La falta de una reglamentación adecuada favoreció el que los “grandes señores” mandaran fundir piezas a su medida, a las que daban nombres variopintos (1). Por otra parte, la relevancia que llegaron a alcanzar los fundidores, a veces traídos de otros países (2), les permitió tomarse grandes libertades en cuanto al diseño y fabricación, incluido el adorno de las piezas (3), que es una de las características que definen a la artillería de esta época. De todas formas, en este aspecto, pueden observarse importantes diferencias entre los dos siglos ya que, en el XVII, se limitaron las excesivas atribuciones de los fundidores y cincelador es. Así, en el caso español, en el primer cuerpo, se ponía el escudo real, el nombre del monarca, y el año; en la faja alta, figuraba el fundidor y la ciudad; en el tercer cuerpo, grabado en una cartela o cinta, el nombre de la pieza y en los muñones, el peso y la procedencia del cobre o estaño. Por su parte, las fajas de separación entre los distintos cuerpos, se decoraban con motivos flora les.
A pesar de las enormes dificultades existentes para identificar a muchas de las armas diseñadas, especialmente a principios del siglo XVI, en el Apéndice 1 se incluye una relación con las descripciones recogidas de distintas fuentes.
La calidad de las fundiciones alcanzó su máximo grado en esta época, consiguiéndose piezas de gran resistencia que dieron un excelente resultado, hasta el punto de que permanecieron en servicio hasta tiempos muy recientes junto a las más modernas de acero. Sin embargo, el uso intensivo que se hacía a menudo de ellas, como consecuencia de la poca efectividad de sus municiones (4), que prácticamente sólo tenían efecto cuando hacían un blanco directo, propiciaba recalentamientos excesivos que podían terminar con un reventón de la pieza o, en el mejor de los casos, con su desfogonamiento, problema de muy difícil solución. Por lo demás, aunque se inició la fabricación mediante barrenado, dado que se tenía que hacer a mano o con máquinas de mucha lentitud, continuó usándose la fundición en hueco hasta el siglo XVIII.
A pesar de que se fueron abandonando progresivamente las piezas de hierro forjado, los ingleses iniciaron, a partir de 1541, la construcción de modelos de hierro colado que, si bien eran peores que los de bronce y necesitaban un mantenimiento más esmerado, tenían un coste muy inferior.
La Pólvora
En lo referente a la
pólvora, continuó fabricándose en proporciones similares a las anteriores, pero aumentó su calidad dado el mejor refinado de sus componentes. Por otra parte, la aparición de los cartuchos de papel o cuero hacia 1522, permitió aumentar la velocidad de tiro hasta los 15 ó 20
disparos por hora.
Las piezas de este período ya tenían una clara forma troncocónica (5), admitiendo ser cargadas con más cantidad de pólvora, lo que mejoró sensiblemente la precisión y el alcance. Además, todas ellas fueron dotadas de joyas de puntería, constituidas por resaltes o muescas en los puntos más altos del brocal y la culata, que servían para el tiro con puntería directa o de punta en blanco. Asimismo, muy pronto fue generalizado el empleo de la escuadra, dividida en cuadrantes, y la plancheta (6), que servían para efectuar el tiro con puntería indirecta o de bolada.
Los juegos de armas, es decir, los accesorios que llevaba cada pieza estaban formados por: Cuchara para introducir la pólvora, atacador, lanada (después se llamó escobillón), botafuego, sacatrapos, etc. Además, se introdujeron numerosos elementos para el enganche en los carromatos. Como vemos, un completo equipo que nos sirve para hacernos una idea de los problemas que ocasionaba el sostenimiento de un excesivo número de modelos diferentes.
A excepción de la
artillería ligera, siempre se asentaba batería, instalando las piezas sobre tablas de madera y protegiéndolas con parapetos de fajinas (7). La
pólvora y municiones no inertes, se enterraban y cubrían con pieles mojadas, para evitar que fueran destruidas con proyectiles incendiarios.
Principales piezas
Ante el descontrol existente, en 1534, el Emperador Carlos V, a propuesta de D. Miguel Herrera, Capitán General de la Artillería, fijó los calibres y piezas en 7 categorías: Cañones, medios cañones, culebrinas, medias culebrinas, sacres, falconetes y medios falconetes. Como puede comprobarse, esta relación coincide con el estado de material expuesto en el Apéndice 2, relativo a la artillería que se llevó a la guerra de Alemania, en 1546, sacado del Tratado de la Artillería de Cristóbal Lechuga, publicado en Milán en 1611.
Los cañones y culebrinas (8) eran piezas de las llamadas de batería o de batir, y usaban proyectiles de 36 a 40 libras; las medias culebrinas y medios cañones, de menos de 16 libras; y los sacres y falconetes, de menos de 6 libras. Además, eran utilizados los medios ribadoquines, también conocidos como mosquetes, que lanzaban balas de plomo de 3 cm de calibre.
La Nuova Sciencia de Tartaglia
En la Nuova Sciencia de Tartaglia (ver Apéndice 3), publicada en Venecia en 1538, se exponen las piezas italianas existentes en aquella época que, a excepción de algunos modelos antiguos, coincide aproximadamente con la relación del material español. De hecho, la única arma diferente es el áspid que, a final de cuentas, era un sacre acortado, ya que los cortaos podían compararse con los morteros y pedreros que, a pesar de que no se citan, también se empleaban ampliamente en España. Además, en el Apéndice citado se incluye una escala de calibres (desarrollada a partir de una de Tartaglia), transformando el peso del
proyectil a centímetros, aunque debemos tener en cuenta que el
calibre de la pieza era mayor, debido al viento que, según Lechuga, debería ser igual a 1/20 del diámetro de la bala.
Por otra parte, Firrufino clasifica el material artillero, a finales del siglo XVII, en: culebrinas, cañones y pedreros. El primer grupo abarcaba todas las piezas que disparaban proyectiles de 6 onzas a 25 libras y eran, de menor a mayor: Esmeriles, falconetes, sacres, medias culebrinas y culebrinas. En cuanto a los cañones, podían ser: dobles (40 a 50 libras), naturales (25 a 40), medios (12 a 25), tercios (10 a 12), y cuartos (4 a 10). De morteros y pedreros, la variedad era mucho mayor.
Si a todo lo anterior añadimos las definiciones del Capitán Lechuga, en lo relativo a las clases de culebrinas (9), vemos que el panorama es bastante desolador a la hora de hacer una clasificación de la artillería empleada a lo largo de la época contemplada en este apartado, entre otras causas, porque fueron cambiando los calibres y denominaciones. En consecuencia, creo que lo más coherente es tomar como base la que hizo Diego Ufano, que sirvió para la ordenación del antiguo Museo de Artillería, hoy del Ejército, aunque convenientemente ampliada. Es la siguiente:
- Artillería menuda.
- Falconetes (similares a los del siglo XV). Los versos eran variantes de un calibre algo menor (4 a 5 cm) y de 30 a 36 calibres de longitud.
- Ribadoquines y medios ribadoquines o mosquetes de orejas (como los del siglo XV), que disparaban proyectiles de 20 y 7,5 onzas, respectivamente.
- Esmeriles, para pelotas de 15 onzas. En ocasiones, fueron conocidos como octavos de cañón.
- Sacabuches. Denominados también medios ribadoquines, dado su gran parecido, si bien su calibre era inferior (menos de 3 cm).
- Artillería de gran longitud de ánima y gran alcance (culebrinas).
- Doble culebrina, para bolaños de más de 36 libras (más de 16 cm).
- Culebrina, de 16 a 30 libras (13 a 16 cm).
- Media culebrina, de 6 a 16 libras (9 a 13 cm).
- Cuarto de culebrina o sacre, de 5 a 6 libras (7 a 9 cm).
En toda la gama, si la longitud era de 30 calibres, se llamaban legítimas, siendo extraordinarias o bastardas, las que se pasaban o no llegaban a esa magnitud, respectivamente. Si la recámara era de menor calibre que el ánima, se denominaban recamaradas, habiéndolas con formas especiales (esféricas, parabólicas...). Por último, si el espesor de la pared de aquélla era menor, mayor o igual al calibre, recibían el nombre de sencillas, reforzadas, o de tanto por tanto.
- Artillería de mediana longitud de ánima (cañones).
- Doble cañón, con calibre superior a 19 cm.
- Cañón. En los primeros tiempos, era para proyectiles de 36 a 40 libras, admitiéndose más tarde, que podía tirar desde 24 libras en adelante (15 a 19 cm), teniendo una longitud de 18 a 20 calibres.
- Medio cañón. Al principio, de 25 a 26 libras; después, de 12 a 24 libras (11 a 15 cm), con 20 a 24 calibres.
- Tercio de cañón o tercerol, de 16 libras (12 cm) y 13 calibres.
- Cuarto de cañón, de 6 a 12 libras (2 a 10 cm) y 22 a 24 calibres.
Las piezas cuya longitud era superior a la señalada, se denominaban aculebrinadas y, si era menor, bastardas.
- Artillería corta.
- Morteros y pedreros, que se diferenciaban en que los primeros podían disparar diversos tipos de proyectiles, incluidas las bombas (10), mientras que los segundos sólo se utilizaban para lanzamiento de grandes piedras, siendo de mayor calibre. Los hubo de muchos tipos y dimensiones, y con nombres como morteretes (7 a 40 libras y 2,5 calibres), trabucos (18 libras y 3,5 a 5 calibres), petardos (10 a 30 libras y 1,5 calibres), etc.
- Dentro de este apartado, habría que citar los obuses (entonces llamados morteros) de cuatro calibres de longitud, que lanzaban los mismos proyectiles que los morteros, y que fueron empleados por las tropas españolas en Flandes, aunque su uso no se generalizó hasta el siglo XVIII.
Por supuesto, en esta clasificación se han incluido la mayoría de las piezas usadas a lo largo de los dos siglos, aunque en el XVII se hicieron diversos esfuerzos por reducir el número de
calibres. Así, en España, por consejo de Cristóbal Lechuga, fueron limitados a cuatro los modelos de piezas que se permitía fundir, a saber:
cañón de batería (40 libras),
medio cañón (24 libras), cuarto de cañón (10 libras), y
cañón de campaña (5 libras). Sin embargo, bien por la escasez de
artillería, que obligaba a mantener en servicio todas las
armas disponibles (incluidas las capturadas al enemigo), bien por falta de rigor en la aplicación de las normas, lo cierto es que se continuó utilizando una excesiva variedad de calibres (11), con los inconvenientes que ello acarreaba.
Las culebrinas fueron las piezas más representativas del siglo XVI, dado que poseían mayor alcance (12) y precisión que los cañones; sin embargo, los problemas derivados de su difícil transporte y del mayor consumo de pólvora (4/5 del peso de la bala, frente a los 2/3 de los cañones), unido a diversos estudios encaminados a acortar la longitud de las armas (13), favoreció la progresiva desaparición de la denominada artillería larga, en beneficio de los morteros y cañones, de forma que durante el siglo XVII aquéllas desaparecieron definitivamente.
Reseñas históricas.
La gran importancia que llegó a alcanzar la
artillería en este período, ha quedado reflejada en una extensa
literatura militar dedicada a ella, siendo de destacar que, en 1534, ya se publicó en España un práctico Reglamento para el servicio de la
artillería y el tiro. Sin embargo, es obligado resaltar la ya citada Nuova Sciencia de Tartaglia, que podemos considerar como el primer libro sobre
balística, de marcado carácter científico, aunque no exento de graves errores. Paralelamente, se crearon numerosa escuelas o academias de enseñanza, en las que se impartían asignaturas tales como matemáticas, materiales empleados en la fabricación, manejo de la
artillería y fortificación, así como el saber terciar las piezas y cortar las cucharas, esto es, averiguar el
calibre y dimensiones de la pieza, y la cantidad de
pólvora con que se debía cargar, lo cual, teniendo en cuenta la variedad de
calibres, espesores y
aleaciones al uso, no era nada sencillo.
Si al final del siglo XV la
artillería ya había alcanzado cierto grado de organización, en el XVI se consiguieron metas realmente importantes, fundándose numerosas fábricas de
armas, montajes y pólvoras, y creándose toda la infraestructura necesaria para poder transportar y emplear grandes trenes de
artillería. Tengamos en cuenta que para la campaña de Túnez de 1535, el Emperador Carlos V concentró en Málaga las siguientes piezas: 2
cañones dobles alemanes, 6
cañones águilas (14), 4
cañones reforzados, 3
culebrinas, 5
medios cañones serpentinos, 9
medios cañones pedreros, 25
medias culebrinas, 12
sacres, 6
morteretes o buzacos, y 14
falconetes, además de los 33 versos que iban montados en las galeras. Si ahora, tomando como base el apéndice 2, hacemos la oportuna comparación, hemos de admitir que, para llevar a cabo aquella empresa, hizo falta un alto grado de organización, lo cual, no debe extrañar a nadie ya que Carlos V puso un gran interés en disponer de una artillería superior a la de sus adversarios.
Vemos otro ejemplo. En la descripción de la entrada que hizo Carlos V en Valladolid, tras aplastar a los comuneros en 1522, Fray Prudencio de Sandoval (15) presta una especial atención a la cantidad de medios empleados para el desfile triunfal, citando 74 piezas con sus respectivos montajes, más 9 de respeto, arrastradas por 2.128 mulas, que eran conducidas por 1.074 hombres, y quedando en Santander pólvora y balas para cargar mil carros. Esta aparente desproporción de medios, nos da una idea aproximada de la importancia que los monarcas prestaban a la artillería que, en este caso concreto, sirvió como arma psicológica para impresionar al pueblo y evitar así posibles rebeliones futuras.
Para ahondar más aún en el tema, en el
Tratado de Artillería de Lechuga, se puede leer que para un tren de 40 piezas (20 cañones, 14
medios cañones y 6 cuartos de cañón) se consideraban necesarios, entre otros, los siguientes elementos: Capitán, cuatro tenientes, veedor, contador, pagador, mayordomo, 20 gentiles-hombres, 200 artilleros, 300 gastadores, 50 carpinteros, 50 marineros, 4 herreros, 12 minadores, 12 albañiles, 8 aserradores, 18 tenderos, 2 trompetas, un número variable de ingenieros y petarderos, 1.596 caballos, 105 carros para bagajes, y 659 carros para municiones y efectos varios.
Finalizando una época
En resumen, para hacernos una idea lo más exacta posible del auge que experimentó la
artillería en el período que tratamos, creo que es suficiente con citar que si a finales del siglo XV, existían en España unas 300 piezas de campaña, a las que habría que añadir un número bastante reducido de las instaladas en emplazamientos fijos, al terminar el XVI, el total de piezas se cifraba en 1.756, mientras que en 1694, repartidas entre todas las plazas de la Península (excepto el Reino de Valencia), Orán, Ceuta y presidios menores, había un total de 2.294 bocas de fuego, de las que 1.096 (1.058 cañones y 38 trabucos) eran de bronce y 1.198 (1.184 cañones y 14 trabucos) eran de hierro.
Para terminar con esta época, veamos algunos datos de interés:
- Hacia 1520, la artillería francesa seguía siendo la mejor dotada, estando constituida por cañones y culebrinas, como piezas más destacadas. Sin embargo, como ya hemos visto, muy pronto fue superada por la española que, hacia finales del siglo XVI y principios del XVII, se vio inmersa en una grave crisis.
- * El Imperio Otomano también dispuso de una potente artillería, aunque de inferior calidad que la occidental. Así, cuando Solimán invadió Hungría en 1526, llevaba consigo 300 cañones. Más tarde, en la batalla de Lepanto (1571), las tropas cristianas consiguieron un gran botín que incluía 274 piezas ligeras, lo que nos puede dar una idea de la gran cantidad de artillería empleada en la batalla. No olvidemos que, aunque se apresaron 117 galeras, otras 113 fueron hundidas o destruidas.
- Gustavo Adolfo de Suecia reinó entre los años 1611 y 1632, formando un poderoso ejército que superó al resto de los europeos, tanto en organización como en táctica y armamento. En lo relativo a la artillería, podemos decir que la dividió en tres clases: De sitio, de campaña y regimental, y la dotó de piezas de gran movilidad, para lo cual, aligeró las cureñas y disminuyó los calibres (16). Tal fue el prestigio alcanzado por estas armas que, entre 1626 y 1646, se llegaron a exportar hasta 1.000 toneladas anuales, lo que produjo unos importantes beneficios que se invirtieron en desarrollar la industria naval.
- En 1643, Sir Thomas Fairfax fue nombrado por el Parlamento inglés como jefe Supremo del Ejército, en el que introdujo importantes reformas, organizando un potente tren de artillería con unos 50 cañones de 15 a 18 cm de calibre y morteros, que distribuyó como sigue:
- De sitio, con las armas más pesadas.
- De campaña, con piezas más precisas que las suecas, aunque de mayor peso.
- Uno de los más importantes ingenieros militares de la historia fue el francés Vauban que, entre otras cosas, revolucionó la técnica de la fortificación (17), sustituyendo las murallas por terraplenes de tierra. Así mismo, inventó el fuego cruzado y el tiro de rebote contra los parapetos, de forma que el proyectil cayera sobre posiciones más retrasadas del enemigo.
A finales del siglo XVII, la Artillería ya se había convertido en un Arma independiente, aunque la táctica imperante no permitió sacarle el máximo provecho, especialmente en las acciones ofensivas. De todas formas, su proporción en los ejércitos aumentó considerablemente, pudiendo cifrarse en 4 cañones por cada 1.000 hombres, aproximadamente